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La Deuda del Eco

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Tras empezar a tener sueños recurrentes en los que es asesinado, el protagonista de esta novela corta iniciará en una investigación para desentrañar qué hay detrás de los mismos. Sin embargo, por el camino descubrirá una realidad mucho más inquietante que pondrá en duda todo lo que creía saber sobre su vida, su entorno... y sobre sí mismo.

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La luz fluorescente del techo parpadeó. Una, dos, tres veces. Nadie más en la oficina pareció notarlo, sus rostros fijos en el brillo azulado de las pantallas, el único sonido el tecleo rítmico y constante, como una lluvia fina sobre un tejado de metal. Llevaba más de seis horas sentado en la misma silla, moviendo números de una casilla a otra, respondiendo mensajes intrascendentes, haciendo girar la rueda de hamster que nunca se detenía. Un trabajo sin nombre para una empresa sin rostro.

—¿Viste el combate de anoche? —preguntó una voz desde el otro lado del baño, mientras el grifo dejaba caer unas últimas gotas de agua.

—No me interesan mucho las peleas de robots, la verdad —respondió él, sin apartar la vista del espejo mientras se secaba las manos.

—Pues menudo espectáculo te perdiste, colega. El nuevo modelo T-800 es realmente impresionante. A falta de diez segundos en el último round, ejecutó una pirueta de 360 grados con patada voladora para decapitar a su oponente. Sublime.

Tras una sonrisa forzada como respuesta, volvió a su escritorio. El tecleo se reanudó.

La vuelta a casa estuvo dominada por un silencio artificial. El taxi autónomo se deslizaba por las calles con un zumbido eléctrico apenas perceptible, siguiendo la misma ruta de cada día, hacia el mismo destino. Apoyó la frente en la ventana. El frío y la vibración suave del cristal le reconfortaba ligeramente. Afuera, la ciudad pasaba ante sus ojos a gran velocidad como un borrón de luces y hormigón. Millones de personas haciendo girar la rueda.

Un ruido le sacó de su ensimismamiento. Se trataba de una especie de zumbido, el cual ya llevaba unos días presente en su cabeza. No era ni agudo ni grave, pero si constante y molesto pero sin llegar a ser doloroso. Hacía ya tres días que lo empezó a escuchar, y desde entonces le acompañaba a todas partes, a veces más presente, a veces menos. ¿Será estrés? ¿Quizás un tumor cerebral? Fuese lo que fuese, era incómodo de narices. Cerró los ojos, concentrándose en el ruido. Parecía tener capas, con una frecuencia base sobre la que vibraban otras más sutiles. Abrió los ojos y se frotó las sienes. Estrés, se dijo. Nada más que estrés.

La puerta de casa se cerró con un clic suave. Dentro, su madre estaba como de costumbre en el salón viendo la televisión. A su lado, Margarita doblaba ropa mientras emitían las noticias de la tarde.

—¿Qué tal el día? —preguntó su madre, levantando la vista y dibujando una siempre cariñosa sonrisa.

—Bien, gracias. —dijo él, devolviendo la sonrisa a su madre, aunque en su caso no era más que una mueca.

—¿Quieres que le pida a Margarita que te prepare algo para comer?

Él negó con la cabeza, dejando el maletín en el suelo, apoyado junto al perchero.

—No, no tengo hambre. Creo que me iré directo a la cama. ¿Está papá en casa?

-No, aún no ha vuelto.

Se levantó del sofá y se acercó a él, agarrándolo suavemente de los hombros.

—No tienes buena cara, hijo. Estás algo pálido. ¿Seguro que no quieres comer algo, aunque sea un poco, antes de acostarte? —insistió su madre, preocupada.

—Estoy bien, no te preocupes —repondió él, forzando una media sonrisa que no le llegó a los ojos—. Solo me duele un poco la cabeza, es todo. Se me pasará durmiendo.

Sin esperar respuesta, se refugió en su habitación. Cerró la puerta y se desplomó sobre la cama, soltando un fuerte suspiro. Al fin tenía un momento de tranquilidad, en su habitación, a solas, el cual hubiese podido llegar a disfrutar de no ser por el ruido de su cabeza. Ese maldito ruido. No fue tarea fácil, pero gracias al agotamiento y, por que no decirlo, la ayuda de unas pastillas relajantes que le había birlado a su padre de su mesita de noche, consiguió dormirse.

El asfalto estaba húmedo, salpicado por los neones de los escaparates. Era de noche, y el aire olía a lluvia mezclada con tubos de escape. Gente desconocida caminaba a su alrededor con la cabeza gacha, sus caras iluminadas por la luz azul de sus teléfonos. Algunos coches circulaban por la calle, ruidosos, torpes, conducidos por humanos. Todo parecía extrañamente anticuado, como si estuviese en una película ambientada varias décadas atrás. ¿Quizás de los años veinte?

No entendía qué hacía allí. Se encontraba apoyado en una pared de ladrillo, el frío calándole a través de la chaqueta. Esperaba a alguien, pero no sabía a quién. Un coche pasó por delante, salpicándole el pantalón con agua sucia. Maldijo por lo bajo, con una voz que no era la suya. Entonces escuchó un sonido seco, como un petardo. Antes de tener tiempo para reaccionar, sintió un impacto brutal en el pecho, como si le hubieran dado un golpe con un martillo. Miró hacia abajo. Una mancha oscura y caliente se extendía por su camisa. No había dolor, solo una extraña sensación de sorpresa e incomprensión. Sus piernas cedieron y el mundo se inclinó. Lo último que vio fue el reflejo de las luces de la calle en un charco que se teñía de rojo.

Se despertó de golpe con un grito ahogado y el corazón desbocado. Tras incorporarase, se palpó el pecho frenéticamente, buscando la herida, el agujero, la sangre, pero no había nada. Solo el pijama empapado en sudor y un ligero temblor en sus manos. No pasaba nada, había sido una pesadilla, aunque muy real. Todavía podía sentir el tacto del ladrillo frío, el olor a gasolina quemada. Y el zumbido, el maldito ruido, seguía ahí, pero había cambiado. Ahora era más claro, más insistente. Como si la pesadilla le hubiera sintonizado mejor con su frecuencia.

¿Quieres saber cómo continúa la historia?

Tras su primer sueño, el protagonista de esta historia sufrirá más pesadillas en las que, poco a poco, irá descubriendo más detalles sobre lo que le está ocurriendo en realidad. Su búsqueda por entender lo que le está pasando le llevará a descubrir una realidad mucho más inquietante que pondrá en duda todo lo que creía saber sobre su vida, su entorno... y sobre sí mismo.

La Deuda del Eco se encuentra en fase de desarrollo. Si quieres saber más sobre la novela, te recomiendo estar atento a las redes sociales.

Creado con 🫶 por Juan Sensio